Cuando ya estaba casi convencido de que los argentinos somos los más vivos del mundo. Después de verlo a K desarmar a la oposición, a Alberto F hacer abuso de los superpoderes y al propio innombrable rifar el país en el lapso de una década, tuve la desdicha de rectificar mi pensamiento y en el lugar más insólito: la cola para entrar a la tumba de San Pedro, en la mismísima ciudad del Vaticano.
Mi llegada a la Plaza diseñada por Bernini (sí, al igual que en Roma, Bernini comienza a aparecer en Sin Serif por todos lados) fue similar a la de cualquier turista. Desde la estación Ottaviano del Metro son 500 metros de caminata hasta ingresar a la plaza por su flanco derecho. El asombro ante la imponente escala (ridículamente inmensa) es imposible de describir con palabras.
Una vez en la plaza, a la altura donde nace (o muere) la Via della Concialiazione -el punto de entrada a la plaza si uno viene desde el Tevere-, pude divisar el extremo de la fila para ingresar a la Basílica de San Pedro y el principio del final de mi hipótesis acerca de la viveza criolla. La cola tendría unos 300 metros aunque es difícil realizar un calculo exacto con la inmensidad del escenario como referencia.
El asunto es que en sintonía con mi espíritu para apegarme a las reglas -no por una cuestión principista sino porque creo que los acuerdos conjuntos deben respetarse- me situé al final de la fila, que avanzaba lenta hacia las fauces de las tumbas papales.
En contraposición a mi espíritu comunitario, a los pocos minutos de ocupar mi lugar comencé a obervar una multitud de "colados" de diversa nacionalidad. Mi asombro tuvo uno de sus picos más altos cuando una monja bigotuda que llevaba una pancarta hizo un ingreso abrupto por el medio de la fila, seguida de unos 20 fieles con caras de recogimiento. Quizás esta mujer de Dios pensaba que jugaba de local y su hábito era una especie de tarjeta VIP.
En ese instante, fue cuando se desbarató todo. Dos alemanas cincuentonas -impávidas, teutonas, insípidas- avanzaban ganando terreno de la mano de hijas adolescentes fulminadas por la acné. Como respuesta ante tal atropello, un grupito de venezolanos comenzó a abuchear a las germánicas. Acto seguido, una pareja de argentinos defraudados que habían intentado cumplir con las normas pero a los que el nuevo escenario planteado les impedía mantener el compromiso avanzaron unos puestos por el flanco derecho.
Sin embargo, el mayor descontrol se produjo en el inicio de la fila, metros antes de ingresar en la zona de detectores de metales, en el último tramo antes de ingresar en la casa de Dios. Allí, un grupo de sexagenarias británicas que habían sido advertidas de que la fila comenzaba 400 metros más atrás no hicieron caso del consejo y dominadas por su espíritu pirata avanzaron sin respetar la espera de más de mil personas. A todo esto, yo pensaba qué poco asidero tiene hoy la instrucción acerca del castigo divino. La prueba la tenía frente a mis ojos y bajo las propias narices del Cristo Redentor, que se alza inmenso sobre la fachada de la iglesia. Y la viveza criolla había quedado sepultada por el "concierto internacional de las naciones".
miércoles, octubre 18, 2006
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1 comentario:
Al parecer "Los últimos serán los primeros" no estaba en su versión de la Biblia ;)
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