El mal ejemplo del Papa
2006-09-22
2006-09-22
La actitud del Papa Benedicto XVI está provocando justificadas iras entre las comunidades islámicas por causa de la desafortunada cita de un emperador bizantino del siglo XIV, según el cual «Mahoma defendía cosas malas e inhumanas, como su orden de difundir la fe por la espada». También ha causado escándalo y vergüenza entre los cristianos. La cita es totalmente inoportuna. El Papa conoce muy bien el enfrentamiento que existe ahora entre el Islam y el Occidente, que hace la guerra a Afganistán e Irak y que apoya abiertamente la causa israelí contra los palestinos, de mayoría islámica. En este contexto, la cita alinea al papa con las estrategias bélicas de Occidente. ¿Cómo no irritarse contra esa actitud?
A nosotros, cristianos, la actitud del Papa nos deja perplejos, pues pertenece a la esencia cristiana perdonar y rezar como el pobrecito de Asís: «donde haya ofensa, que yo lleve perdón». No queriendo perdonar, el Papa legitima a todos los que no quieren pedir perdón ni en la vida cotidiana, ni a los negros que esclavizamos por siglos, ni a los sobrevivientes de los pueblos indígenas que diezmamos. Si el papa no hace oficialmente un acto de disculpa, nos da un mal ejemplo. No cumple el mandato del Señor de «confirmar a los hermanos y hermanas en la fe».
Pero este gesto suyo no es aislado. Como cardenal se opuso a la entrada de Turquía en la Comunidad Europea por el simple hecho de ser de mayoría musulmana. Hace poco tiempo suprimió en el Vaticano la instancia que promovía el diálogo Cristianismo-Islam. En el documento Dominus Jesus, de su autoría, del 15 septiembre de 2000, uno de los textos más fundamentalistas de los últimos siglos, afirma que «la única religión verdadera es la Iglesia Romana Católica» y que «los seguidores de otras religiones, en lo que refiere a la salvación, objetivamente se encuentran en una situación gravemente deficitaria». Los encuentros con otras religiones no tienen sentido porque «es contrario a la fe católica considerar a la Iglesia como una vía de salvación al lado de otras». Sobre este trasfondo, no causa extrañeza su discurso en la Universidad de Ratisbona. Aun así, ¿no sería más digno que el Papa pidiera claramente perdón por las incomprensiones que provocó aunque fuera involuntariamente? ¿Por qué no lo hace?
Para entenderlo, se necesita comprender la ideología infalibilista que rige en el Vaticano y en general en la Iglesia. Según ella, el papa no puede equivocarse, aunque el dogma de la infabilidad sea muy restringido. Éste afirma que el papa solamente es infalible en situaciones bien delimitadas, gozando en tal caso, personalmente, de la infalibilidad de toda la Iglesia. Pero la ideología infalibilista, de manera ilegítima, atribuye infalibilidad a todas las palabras del Papa. Si él pide perdón, confiesa que se equivocó, lo cual no está permitido por el infalibilismo.
En la cabeza del papa Benedicto XVI funciona el despotismo papal, formulado ya en 1302 por Bonifacio VIII que rezaba: «a toda criatura humana le es absolutamente necesario para su salvación estar sometida al Papa de Roma». Esto ni siquiera fue abolido por el Concilio Vaticano II en 1964. Se introdujo en los textos una «Nota explicativa previa» donde se reafirma que el Papa puede actuar siempre «según su parecer personal» tal como para el nombramiento de obispos, para establecer normas y para establecer políticas eclesiásticas. En otras palabras: Un papa puede autónomamente decidir todo; mil millones de católicos juntos no pueden decidir nada. Este absolutismo nos hace entender las razones del Papa para no pedir perdón.
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